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octubre 18, 2014

Matanzas y nacionalismo


La nave de Lufthansa, gordo pájaro de acero, cruzó el Golfo de México, voló por encima de la desembocadura del Misisipi, giró al noreste hasta la frontera con Canadá, saltó el Atlántico impulsado por las corrientes en chorro –los jet streams–, pasó de madrugada por encima de Londres (ese laberinto),  como una mancha sobre el Canal de la Mancha y aterrizó en Múnich al amanecer del 1 de septiembre de 2014.

Hace casi dos meses estoy lejos de México –en Berlín.

No nací ni me he criado en México –ni tres años de vivir en México me hacen mexicano. Pero todo lo que sucede allí le sucede al género humano.

Una glosa de Eugenio D’Ors me ha hecho quedar meditabundo. Quisiera comentarla, decir algo, interpretarla. Vuelvo a leerla. Dos, tres, cuatro veces. Sólo acierto a repetirla:

 “Nacionalismo y Liberalismo se corresponden. Su lema común es cada uno en su casa y Dios (o, mejor dicho, el Diablo, es decir, la guerra), en la de todos.
Imperialismo [¿cosmopolitismo?], en cambio, se conjuga a política de autoridad. De la suerte de otros, tú eres responsable. Ni tu deber ni tu derecho se terminan en las fronteras de tu Estado, en el contorno de tu individualidad.”

 Salgo a la calle a confundirme en el bullicio de la gente y de las cosas. No he dejado de pensar en el aforismo de D'OrsYo lo interpreto así: Roma, el imperio, la autoridad, evitando que una de sus provincias, las Galias o Galilea, se encierre en un nacionalismo pendejo que las lleve a matarse entre sí sin tener ninguna misión. ¿No sé? El problema es que la Roma de nuestros tiempos está muy ocupada peleando contra el Estado islámico... ¿No sé si se pueda interpretar así?

Al volver a casa otra de las glosas de D'Ors, leída al tenderme en el sofa, me alegra la tarde: 

"EL MOLINO DE VIENTO 

Vuela. Ten alas. Pero alas ligadas a la tierra y a los deberes de la tierra, como tiene el molino. 
Este hombre, para llegar aquí, ha atravesado un ancho país de molinos grises. Piensa así, imaginero de mirar penetrante: un molino de viento es un avión cautivo. 
¡Cuánta sensibilidad! El menor soplo lo estremece...
¡Cuán trágico ademán! Los dos brazos que se levantan...
¡Cuán honda inquietud! Aquel estridor, aquel largo, interminable clamar al cielo...
Pero, en el fondo del dolor, la norma. 
¡Trabaja, trabaja, molino! Hay que hacer un poco de harina para el pan de los hombres." (D'Ors) 

Si tenemos algo de aviones, tengamos más de molinos. Hoy, Dianis y yo, fuimos al Jüdisches Museum de Berlín. 

El genocidio. La diáspora. Todo por culpa de los nazis –poco se admite la culpa de los  líderes religiosos de aquellos tiempos, según la glosa de Hanna Arendt. Memoria histórica de cientos de miles –millones de seres humanos dispersados por el mundo a partir de 1939 –algunos tenían en común la religión judía y la lengua alemana. 


El Museo Judío de Berlín es un laberinto en forma de edifico. Mucho afán de originalidad. Pocas imágenes. Sólo al final, casi a la salida, en la tienda de Souvenirs, me enamoré de una postal de Tamara de Lempicka, "Das Mädchen in Grün":



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