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mayo 13, 2015

El licenciado Fausto Vega (1922-2015) y El Colegio Nacional


El Licenciado Fausto Vega era el ángel guardián de El Colegio Nacional. Su despacho estaba en la tercera planta, encima del segundo patio interior poblado de naranjos en flor, y uno subía por una escalera doble –única en su género– como en un cuadro de Escher.

Era octubre de 2007 (yo tenía 25 años y acababa de llegar por primera vez a México). A su despacho me hicieron pasar la maestra Marisela y la maestra Rosa Campos de la Rosa. Me recibió un hombre de estatura mediana, de ojitos risueños y gestos firmes. Hecho para la conversación. Dado todo a ella.  Había formado parte del grupo Hiperión, un grupo de filósofos en lengua española entre quienes estaba también Luis Villoro. Don Fausto no escribió mucho por una amarga experiencia que al rato contaré. Lo cierto es que aquella vez me hizo sentar a un lado de su amplio escritorio. A platicar.

Platicar –verbo tan frecuente en México y tan infrecuente en Colombia y en España– tiene un leve matiz distinto a "conversar". O eso quiero creer. Si plática viene del griego platikós y si, por sucesivos préstamos del latín, de él se derivan plato y plaza, eso quiere decir que platicar es un verbo civilizador. Nació con el alimento y con la ciudad. Nutre en todo el sentido de la palabra.

En aquella ocasión, entre muchas otras cosas, Fausto Vega me platicó de una novela perdida en el diluvio. Una inundación arrasó con sus manuscritos, debido a una fuerte lluvia registrada quién sabe en que año de la década de 1970 en pleno Valle del Anáhuac. Don Fausto contaba aquella anécdota con una resignación tal, que uno sabía si lamentarse o asombrarse. Agregó que la novela se iba a llamar Domingo Siete, y que versaba sobre un hombre que pudo haber evitado la conspiración de la Decena Trágica, de los diez días de terror que padeció la Ciudad de México entre el 9 y el 19 de febrero de 1913. Le pregunté si no se inspiraba en un ensayo homónimo de Alfonso Reyes, "Domingo siete", incluido en El cazador (1921, Obras completas III, pp. 89-91). Es un ensayo de casuística –y don Fausto era también abogado. En ese ensayo, Reyes dice que "la verdad admite matices de mentira", y refiere un cuento infantil sobre un niño que, perdido en el bosque, se sube a un árbol para esconderse de las brujas; las oye cantar abajo una ronda de seis versos con base en los primeros seis días de la semana: "Lunes, martes, miércoles, tres; / jueves, viernes, sábado, seis". El niño, molesto por tal inexactitud, les grita a las brujas desde la copa del árbol: "domingo siete". Ellas advierten su presencia, y se lo comen.

Don Fausto no me respondió si sí o no se había inspirado en el ensayo de Reyes. Sólo se rió. Se fue por las ramas, y celebró que en aquel ensayo se atacara a las mentes simétricas que necesitan completar la semana a toda costa, aun a costa de su seguridad –y lo que es peor– a costa del ritmo del verso. Si la verdad no es vital, si no ayuda para la vida, no sirve para nada. ¿Mejor una mentira que nos reconforte si la verdad nos aniquila? De ahí la importancia de los novelistas, de la ficción...

Avanzaba el mediodía de aquel octubre de 2007, y salimos de su despacho. Me enseñó –el verbo es preciso– los pasillos, los arcos, los semiarcos, los patios, la biblioteca, los salones de actos, la gran sala de conferencias del espléndido palacio de El Colegio Nacional, remodelado por el arquitecto Teodoro González de León. Yo estaba embelesado. Agradecido de haber sido bendecido por el visto bueno de José Emilio Pacheco para que mi primer libro, La musa crítica, saliera allí. Me sentía panteísta: parte del aire o de la arquitectura . En aquel antiguo convento uno se vuelve habitante de un poema sufí –comprende mejor a Santa Teresa o a Sor Juana, pues los patios cobran un raro misticismo. Tienen una conexión directa con el sol y con las nubes. Ignoro qué se sentirá a medianoche. El antiguo Convento de la Enseñanza, luego de las Leyes de Reforma de Benito Juárez, también fue una escuela de ciegos –y esos invidentes han debido grabarse la distribución de los pasillos y las escaleras y los patios con tanta o más precisión que una computadora high tech.

Había leído en José Emilio –y quizás me lo volvió a platicar el Lic. Fausto Vega– que el antiguo convento  se había erguido sobre el templo de Cihuacóatl –la más misteriosa de las diosas aztecas–, justamente a un costado del Templo Mayor en donde ahora está el Zócalo. Las piedras nos aleccionan.

Si la memoria no me falla –y que más da: la verdad admite matices de mentira– fuimos a comer en compañía del maestro Adolfo Castañón al restaurante Ehden en la calle Gante 11, cerca al metro San Juan de Letrán. Castañón recordó que la ciudad de Gante, en la Bélgica flamenca, debería ser cara a la memoria mexicana: además de ser la ciudad natal de Carlos V, Hernán Cortés envió hasta allí los primeras ofrendas de Moctezuma Xocoyotzin. Fausto Vega nos platicaba varias anécdotas. Recuerdo que se negó a pedir una botella de vino rosado de Baja California, a pesar de la recomendación del mesero, aduciendo que el olmo no tiene porque dar peras. 

Se extendió hablando de no sé qué escritor de su tiempo a quien la esposa le ponía el cuerno con su consentimiento. Dijo que no hay mujer guapa que no haya sido o no vaya haya pensado ser, en algún momento, infiel. Es un llamado de la naturaleza. Ya se si tolera y hasta si se anima, ese es otro asunto, dijo. Yo me acordé de Pastor López: "Eres muy bonita, pero mentirosa...".

Domingo siete, ficción reconfortante, vital, bella.

Platicar con Fausto Vega, entre platos de comida árabe y vino italiano, con un tequila reposado como antesala y un anisado como sobremesa, tejen la memoria de mis días.




marzo 15, 2015

España revisited

5 de marzo de 2015 (de día)

        El vuelo 

Despegamos de Berlín a las 7 de la mañana. Volamos con dirección a la Selva Negra y por un momento vimos, nevados, los Alpes suizos. Tres horas después aterrizamos sobre la Mancha color ocre, ambarina, casi rojiza. 

Metro de Madrid que cambias. Se ha especializado la compra de billetes: se debe indicar en la pantalla a qué estación va uno, pues los precios varían, vamos, como si no pudiera uno equivocarse o dar vueltas en la línea circular o montarse por simple diversión. 

Desde la T 4 del aeropuerto nos bajamos en Vodafone Sol. 


    ¿Protectorado inglés? 

Así, con el nombre de una compañía telefónica inglesa, han mancillado el corazón de Madrid. Dicen que era la única opción para evitar mayor alza en las tarifas, que será así por un par de años, pero yo no me lo creo.

España se ha refinado mucho para las vacaciones de los ricos del mundo entero; se han amanerado sus viejos mercados (el de San Miguel, el de Chueca) en pasarelas de moda, y sus viejas posadas picarescas ya son hoteles boutique. 

—Así es la economía, macho –me dice un amigo —. Es lo que hay. 

         La carrera de San Jerónimo 

Estamos en la Puerta del Sol. El cielo:  un duchado del azul de Velásquez; una antesala del Prado. En la apretada y luminosa plaza, Dianis respira como en cualquiera de nuestros pueblos y hasta cree ver, en las reverberaciones arquitectónicas, reminiscencias de Tapalpa, Jalisco, Nueva España. 

Yo alzo los brazos. He vuelto. 

Andando por la carrera de San Jerónimo, hacia el hospedaje, entramos al Museo del Jamón. Dianis oye mi diálogo con el camarero:
—Ponme dos cañas.
—De 40 o de 70. 
—De 70 pa' que me des tapita.
Las bebimos sedientos. 
—Me cobras. 
— Pues 1,40. 
Y pusimos tres monedas sobre la bandejita de plata, sorprendidos por lo barato. 

A un lado de nuestro hostal, diagonal a los leones del Congreso de los Diputados, ondeaba la bandera de México. Ahí, en el salón de actos, en octubre de 2010 (hará ya casi cinco años) me crucé por primera vez con Conrado J. Arranz y Andrés del Arenal. Entonces yo vivía en Madrid. Me españolizaba.
  
        El Guadarrama nevado 

Desde los ventanales de la habitación vemos el Guadarrama coronado de nieve, al fondo, endulzando el horizonte madrileño. Pertenece a la cordillera de Gredos (de ahí el nombre de la editorial) que separa las dos Castillas.

Si el Guadarrama estuviera en Latinoamérica, donde las ciudades no tienen límite, sus colinas ya estarían pobladas de casuchas, de tugurios, de favelas. 

Condón, hombre; pastillas anticonceptivas, muchacha: menos cardumen electoral pa'las democracias latinoamericanas. 

     A la Complu

A las 2 de la tarde, cruzando la Puerta del Sol, nos proyectamos por Calle del Carmen hasta Gran Vía. Cogimos el bus 133 hasta la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Llegamos. Grafitis con la oz y el martillo; muerte a los pijos; feminismo. 

Las universidades tienen mucho de guardería: crayolas, acuarelas, aerosoles. El letrero que indica BIBLIOTECA MARÍA ZAMBRANO parece indicar, más bien, un salón de párvulos. 



Nuestro amigo tiene un mapa de Rusia en su despacho. Nos invita a comer en el restaurante estudiantil. Primer plato, paella; segundo, filete de bacalao; de postre un helado de vainilla. Digerimos el almuerzo bordeando los jardines de la Facultad hasta la descuidada estatua de José Ortega y Gasset. 



Andando hacia calle Princesa, con dirección a la librería del
Fondo de Cultura Económica, merodeamos también la Facultad de Medicina de la
Complu, donde estudió mi abuelo Buitrago antes de la Guerra. 



Antes de entrar al Fondo, done tendremos la presentación de un libro, nos tomamos dos copas de sangría, acolarados, frente al Ejército del Aire. 


marzo 06, 2015

Consejos para hacer una tesis

Decálogo 

1) El asunto. Debes escoger uno que te apasione; uno del que hables mucho con tus colegas y que al escribirlo (escribir no es lo mismo que hablar) te sea de algún modo familiar. 

2) Eres un cazador: cazarás una presa fácil, de donde haya mucho que cortar; agárrala hasta con los dientes, como una fiera. Tranquilo: tendrás que despellejarla, deshuesarla, freírla, sazonarla, revolverla y servirla con toda la etiqueta, y aun llamar a tus invitados. 

3) Eres un chofer y ya estás en marcha: si te distraes a los lados, si dejas de mirar al frente... 

4) Eres un tendero: te arruinarías si no llevaras un inventario. Anota todo lo que leas y consultes por inútil que parezca. Pide y da recibo de todo: autor, título, editor, ciudad, año, página, dirección http. Hay que pagar impuestos. 

5) Eres un militar. ¿Has oído hablar de los "blancos de ocasión"? Te dispones a conquistar Acapulco marchando desde el Df. Te vas haciendo fuerte conforme avanzas. Sería muy triste no conquistar de paso Taxco, a un costado del camino. No desperdicies ningún botín, ningún dato. 

6) Tus límites son tu grandeza. Define tus fronteras, para dialogar mejor con campos ajenos.

7) Las fechas —todo es historia– dicen más que mil palabras. 

8) Humildad. Avanza un paso. Retrocede dos. La tercera es la vencida.

9) Desconfía de los arranques de inspiración. 

10) Hay aristotélicos y platónicos. Pero toda tesis es aristotélica: va de lo particular a lo general como una lenta arquitectura, como una roñosa maquinaria. Lo platónico —la inspiración — déjalo para un artículo, glosa de una clase, introducción de una conferencia, un poema, un cuento. 

marzo 01, 2015

¡LA KODAK¡ (Ecfrasis de una fotografía)

Lo fechó en Madrid el lunes 13 de agosto de 1917, justamente el día más intenso de lo que se conoce en la historiografía española como Huelga General Obrera o Huelga revolucionaria. Lo publicó veinte años después, en 1937, como parte de Las vísperas de España. Más tarde lo incluyó en el segundo tomo de las Obras Completas. Es posible que para entonces haya hecho ciertos añadidos intelectuales como la mención de la “estatua con sentidos” de Étienne Bonnot de Condillac, y la de Laoconte o sobre los límites de la pintura (1766), el discurso de Lessing. Tales menciones no son alardes de erudición. Responden al “pensar por imágenes”; aluden a una mnemotécnica basada en la intensa visualización, necesaria para recordar vívidamente un suceso. Me guío aquí por la tradición clásica al respecto comentada por Frances Yates en The Art of Memory, para quien el hombre no puede entender sin imágenes.1

 

“Huelga” consta de quince miniaturas o partes. Cada una ocupa menos de una cuartilla y algunas se limitan a tres renglones. Los subtítulos de las miniaturas parecen caprichosos (o son caprichos, si no olvidamos la influencia de Goya): 1) Tesis; 2) Alegría; 3) Juguetes; 4) Locuras; 5) Pan de munición; 6) Truenos; 7) Heroicidad; 8) Sentimiento espectacular; 9) El mártir; 10) La heroína; 11) La Kodak; 12) Corte transversal; 13) Suspicacia; 14) Un descanso, y 15) Los relinchos. Para percibir los relieves de estas miniaturas hay que acercar la lupa y aplicar un close reading con bastante zoom, ya que cada palabra o frase está cargada de imágenes y significados a la manera de un verso de Góngora. “Gongorismo de la realidad”, llega a decir Reyes en la décima de sus miniaturas.2

 

Ensayo en miniatura, sí, pero es más bien un poema en prosa. Sin embargo, para hacerle justicia al disfraz de ensayo, el primer texto se subtitula “Disculpa”. En él, Reyes expone una suerte de arte poética en contra del arte sentimentalista:

 

Le he quitado a un hombre el corazón. Como se mutilan ranas para descubrir los verdaderos oficios de los nervios, le he quitado a un hombre el corazón, y he puesto a mi hombre a contemplar una huelga desde su ventana.
De paso, me parece que el sujeto perdió en fuerza de comprensión. El don de referir los efectos a sus causas resulta un tanto obliterado.
Pero, sobre todo, advertí con encanto que, cuando dejó de sentir con el alma, todavía sentía con los ojos.3

 

Su hombre sin corazón, como veremos, sentirá con el sentido de la vista. Si hacemos caso a la fecha en que Reyes firmó su texto –13 de agosto de 1917– todo indica que se trata de un lunes, día laboral. Sin embargo, la huelga ha hecho que parezca domingo: un domingo en el que, para el obrero o el trabajador, no había que llevar de paseo a la familia sino marchar con los compañeros a la plaza pública. Entre tanto, al quedarse en el vecindario, las mujeres y los niños se empiezan a hablar unos con otros de ventana a ventana o de la calle a la ventana, y todo parece llenarse de falsos rumores.

 

En la tercera miniatura, “Juguetes”, de repente se asume la óptica infantil para describir el paso de la caballería antidisturbios como la de “unos soldaditos con espaditas plateadas, montados en unos caballitos.”4Al anochecer, en vista de que estaban en huelga los funcionarios del Ayuntamiento que se encargaban de prender el alumbrado público a gas, aparecen unos “faroleros improvisados”.Como no están sindicalizados ni se toman su trabajo como una carga, los faroleros improvisados resultan más sociables que los antiguos. Charlan con los vecinos y hasta le lanzan piropos a las muchachas del vecindario: “—Rica: deme usté un mechón de pelo para estopa, a ver si se enciende el farol.”De ahí lo juguetón de esta miniatura que va a ir contrastando, ya no con la seriedad de las siguientes, sino con cierto desparpajo, con cierta violencia.

 

“Locuras” se titula la cuarta miniatura. Corren los rumores de que se va a suspender el servicio de acueducto y que habrá escasez de alimentos. La tensa calma del vecindario, valga la redundancia, se va tensando cada vez más: las señoras comienzan a recolectar agua y a atiborrar las panaderías. La quinta miniatura, “Pan de munición”, añade más tensión no exenta de humorismo. Dado que los panaderos y los cultivadores de trigo también están en huelga, ¿qué tal si los cañones de la guardia civil comienzan a escupir sobre la regocijada muchedumbre tortas de pan? La óptica humorística resaltado por Reyes, sin embargo, recibe su primera sacudida de susto en la sexta miniatura, “¿Truenos?”. El hombre no quiere dejarse asustar por el ruido de las ametralladoras y de los cañones: “¿Truenos? Muy lejos. Pero es de buena educación hacerse el desentendido. Un truenecito… ¡nada!”Insiste en su visión optimista de la vida, alegre, opuesta al pesimismo apocalíptico de las falsas profecías. En “Heroicidad”, la séptima miniatura, apenas experimenta un “vago terror” cuando ve correr gente por las calles. Hasta se lamenta de que el peligro sea tan leve y que pase tan rápido. Él quiere aventura, riesgo, heroísmo.

 

“¡La Kodak!” se titula la onceava miniatura, sí, como la marca de una cámara fotográfica precisamente. En ella, Reyes va a efectuar una suerte de écfrasis, es decir, la descripción verbal de una imagen. Comienza por lanzar una imprecación contra el periodismo fotográfico que, por mero gusto informativo, “eterniza lo que no hubiéramos querido saber”.A partir de una de las fotos de Luis Ramón Marín (1884-1944), publicada el miércoles 15 de agosto de 1917 en la revista semanal Mundo Gráfico, Reyes va a hacer una auténtica écfrasis.9





 

 

Reyes va a poner en letras itálicas, como si indicara que describe una imagen, la descripción de la segunda foto de abajo:

 

Dos guardias tiran de los brazos de un hombre, como si quisieran desarticularlos de las clavículas, “desenchufarlos”. El pobre hombre —imagen de la improvisación— se había echado a la calle en camisa, víctima de la Idea.
Más que resistir, las piernas parece que se le doblan.
Y en segundo plano, con toda la inestabilidad y la torpeza del gesto sorprendido a medias, hay una mujer arrodillada, los brazos abiertos, implorando.10

 

¿No coincide la descripción con la imagen? ¿Por qué entonces Reyes no remitió a esta fuente ni nunca la indicó? Porque su intención no era periodística sino poética. Al reducir las cosas a sus causas o cuestiones históricas nosotros hemos encontrado la fuente, que él no necesariamente tenía que habernos dicho. Recordemos lo que nos señala en “Detrás de los libros”, uno de los ensayos de La experiencia literaria: «Intente un escritor recordar todo lo que se esconde detrás de uno solo de sus párrafos, y verá que la tarea sería inacabable. La porción visible y flotante no es más que la sexta parte del glaciar, y las otras cinco están sumergidas en las aguas».11

 

El hombre detenido por los dos guardias, de acuerdo con la foto, sólo es “víctima de la Idea”. ¿De cuál Idea? ¿Por qué aparece “Idea” en mayúscula? ¿Acaso indica, más bien, ideología? El contexto de la Primera Guerra Mundial en que se desarrolló aquella huelga, cuyas esquirlas golpeaban el corazón de España, indica que la “Idea” o ideología en boca de los huelguistas de entonces era el socialismo. Reyes evitó la mención de tal palabra para no contaminar su texto con semejante carga semántica. El socialismo se había convertido en el auténtico fantasma que recorría Europa. Si los huelguistas españoles, en aquel agosto de 1917, anhelaron sin éxito tumbar el sistema de la monarquía constitucional para imponer una segunda República de carácter proletario, en el otro extremo de Europa, en cambio, los bolcheviques sí que triunfarían dos meses después, en octubre de 1917, y harían de Rusia la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

 

La última miniatura, “Los relinchos”, es una suma de la poética alfonsina; una síntesis apretada de sus primeros años en Madrid, sí, en sintonía con la Primera Guerra Mundial y con todo el lenguaje y la propaganda bélica. En “Los relinchos”, nos pide gozar de la energía de los potros sacudiendo la pasividad viscosa de la vida burguesa, doméstica:

 

Hay relinchos que van al paso, de gran parada; otros, incómodos, que trotan; relinchos ligeros, que galopan; y relinchos desgarrados que huelen a viento y a pólvora. Dejan regueros de chispas en el aire. Hay relinchos extáticos, de estatua de bronce que canta con el sol.
Los relinchos suben desde la calle burguesa, como llamaradas de selva virgen. O como recuerdos del vivac. (La tienda, la noche, los dados sobre el tambor.) Suben, y rompen con sus pezuñas las vidrieras, y se andan por toda la casa. Nos abren el corazón con sus tajos metálicos.12

 

La última imagen, “nos abren el corazón con sus tajos metálicos”, se conecta con la primera en el afán por extirpar el corazón, por desterrar el chantaje sentimental. Aunque estuvo al tanto de los avances militares de la Primera Guerra Mundial, como aeroplanos, submarinos y tanques de guerra, los caballos seguían siendo, para Reyes, la imagen bélica por excelencia. A caballo había marchado su padre hacia el Zócalo, la mañana del 9 de febrero de 1913 en que lo balearon desde el Palacio Nacional.



El dato completo de este caso de écfrasis se encuentra en mi tesis doctoral, El exilio creador: la obra literaria de Alfonso Reyes en España (1914-1924), El Colegio de México, 2015. Descargar aquí.


NOTAS:

1.(Thomas Aquinos, In Aristóteles librosDe sensus et sensato, De memoria et reminiscentia commenctrum, ed. de R. M. Spiazzi, Turín-Roma, 1949, p. 81. Citado por Frances Yates, The Art of Memory, Routledge, Nueva York, 1999, p. 70).
2.Reyes, “Huelga (ensayo en miniatura)”, en Las vísperas de España, OC II, p. 259.
3.“Huelga”, p. 249.
4.Ibíd., p. 252.
5.Huelga, p. 252.
6.Ídem.
7.Huelga, p. 255.
8.Ibíd., p. 260.
9.La leyenda de la foto dice: “Guardias de Orden Público conduciendo detenido a un huelguista”, en Mundo Gráfico, 15 de agosto de 1917, p. 13. Imagen disponible en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España. Consultada el 4 de marzo de 2015.
10.Huelga, 259.
11.Reyes, “Detrás de los libros”, La experiencia literaria, OC XIV, p. 124. Citado también por James Willis Robb, El estilo de Alfonso Reyes, FCE, México, 1978, p. 56. Véase especialmente el capítulo segundo titulado “De la idea a la imagen”, pp. 30-73.
12.Ibíd., p. 264.


febrero 27, 2015

House of Cards: el nuevo Maquiavelo




En tiempos recientes se ha exaltado cierta tendencia novelesca caracterizada por una sobredosis de fantasía desabrida; no se sabe si para fugarse de la realidad o para no estrellarse con ella, el novelista premiado parece no haber vivido sino frivolidades; la aventura, el thiller, el suspenso y el conflicto entre el
individuo y el Estado (épica de nuestras sociedades secularizadas) hay que buscarlos leyendo ensayos libres o viendo las ficciones políticas de Netflix.

En el episodio 13 de la primera temporada de House of Cards, a la altura del minuto 21, el poderosísimo político Francis Underwood visita el interior de una iglesia en Washington. Se acerca a la cruz y está a punto de arrodillarse, pero de repente se detiene y nos mira de frente –a la lente de la cámara—: en vez de dirigirse al espectador, se dirige a Dios. Y ora (orar es hablar en voz
alta) lo siguiente:

“Every time I’ve spoken to you, you’ve never spoken back. Although, given our mutual disdain, I can’t blame you for the silent treatment. Perhaps I’m speaking to the wrong audience. Can you hear me? Are you even capable of language, or do you only understand depravity? […] There is no solace above or below. Only us, small, solitary, striving, battling one another. I pray to myself, for myself”.

La política, se quejaba Ortega en la Revista de Occidente, “no aspira nunca a entender las cosas”. Ni tiene por qué, pues las cosas en sus combinaciones ciegas no tienen justicia ni injusticia.